Apego Ansioso: Cómo Identificarlo y Construir Relaciones Saludables

Roberto y Sara llevaban ocho meses juntos. Se conocieron en la empresa consultora donde ambos trabajaban y, sin haberlo planeado, sus vidas se sincronizaron de una manera que a Roberto le resultaba reconfortante. Compartían horarios, descansos, incluso algunos proyectos. Él sentía que todo fluía sin esfuerzo, que la relación tenía una estabilidad que nunca antes había experimentado.

Cuando le surgió la oportunidad de cambiar de empresa con un mejor sueldo, lo pensó mucho. No le preocupaba tanto el trabajo en sí, sino lo que implicaba para la relación. Se decía que todo seguiría igual, que con Sara había algo sólido. Pero, en el fondo, la idea de que las cosas cambiaran le generaba un desasosiego sutil, como una vibración incómoda en su pecho.

El primer gran cambio llegó pronto: en su nueva empresa, debía hacer un viaje de formación. No era demasiado tiempo, pero para él, que nunca había estado tanto sin verla, la idea de estar lejos le resultaba más difícil de lo que admitía. Se despidieron en el aeropuerto con un abrazo, y mientras el avión despegaba, Roberto sintió una punzada de inquietud que intentó racionalizar: es solo un viaje, todo sigue igual.

La primera noche fuera, después de un día intenso de formación, la echó de menos. Se dio cuenta de que, cuando trabajaban juntos, no necesitaba preguntarse qué hacía o cómo estaba. Siempre lo sabía. Ahora, con kilómetros de distancia, esa certeza se desvanecía.

Decidió llamarla.

Marcó su número, esperando escuchar su voz al instante, pero tras dos tonos, saltó el contestador.

Frunció el ceño. Nunca antes había pasado.

Probó otra vez, casi de inmediato. Esta vez, el móvil estaba apagado. Otra vez, el contestador.

Sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué estaba apagado? ¿Por qué no podía contestar?

No dejó mensaje.

Se quedó un rato con el teléfono en la mano, mirando la pantalla como si pudiera darle una respuesta. El resto de la formación fue una batalla interna. Intentó convencerse de que era algo sin importancia, que seguramente había una explicación lógica. Pero otra parte de él, más visceral, más irracional, empezaba a imaginar escenarios que lo inquietaban. ¿Y si no le contestaba porque no quería hablar con él? ¿Y si había conocido a alguien?

Intentó concentrarse en la formación, pero su mente volvía una y otra vez a Sara y a esas llamadas sin respuesta. Cada minuto que pasaba sin saber de ella hacía que la inquietud se convirtiera en una especie de vacío en el pecho, un malestar sordo que lo empujaba a actuar. Pero, al mismo tiempo, se forzó a sí mismo a no volver a llamarla. No quería parecer insistente. No quería ser “demasiado”. Se prometió esperar hasta que terminara el viaje.

Una hora después, el teléfono vibró.

Un WhatsApp de Sara:

«Perdón, estaba en reunión con mi jefe. No pude coger el teléfono.»

La tensión se disipó al instante. Como si el mensaje hubiera devuelto la estabilidad a su mundo. Su primer impulso fue llamarla, y lo hizo sin dudar.

Cuando ella atendió, su voz sonaba tranquila, natural.

—Hola, cariño. Perdona por antes, estaba reunida. ¿Todo bien?

Él sonrió, sintiendo el alivio recorrerle el cuerpo.

—Sí, todo bien. Solo quería escucharte.

Hablaban como siempre, como si nada hubiera pasado. Pero algo en Roberto sabía que sí había pasado. No en la realidad externa, sino en su cabeza. En esos 60 minutos, había experimentado una montaña rusa emocional que Sara ni siquiera imaginaba.

Y eso era lo que más le preocupaba.